Durante estas últimas semanas en la provincia de Alicante se han celebrado diferentes encuentros en los que la visión de la gastronomía dentro del entorno 2.0 ha sido la gran protagonista. Actualmente todos los actores del universo del buen comer y el buen beber somos conscientes de la revolución en la comunicación gastronómica. Las deseadas páginas semanales de los grandes críticos gastronómicos a nivel provincial o nacional eran las claras referentes del sector. La buena, regular o mala visión del periodista de turno que se regía por la experiencia, el buen saber y la profesionalidad, marcaban la pauta de la crítica gastronómica e incluso, sentaban mejores o peores precedentes dentro del sector.
Esa crítica gastronómica (a mi entender maravillosa, necesaria, obligada y beneficiosa para el sector) ha evolucionado desde la seriedad, desde la adaptación y desde el inteligente criterio que han sabido seguir los buenos profesionales de la palabra, la reflexión y cómo no, la crítica. Eso sí, creer que los nuevos canales de comunicación gastronómica están en contra e intentan acabar con la crítica especializada y profesional es un gran error.
Uno de los fundamentos básicos de la comunicación 2.0 no es otro que el compartir. Y evidentemente quien comparte no excluye, suma y no resta, apoya y no destruye, divulga y no oculta y a fin de cuentas, compartir solo es un medio más con los que el lector o el receptor (no se nos olvide que son la piedra angular para que el mensaje tenga razón de ser) se conviertan en los grandes beneficiados de esta ampliación de los canales y de los medios por los que la gastronomía sigue creciendo imparablemente como lo que es, un acto social y cultural. Y como tal está apoyado en cultura popular y en su vertiente social de compartirla.
Pero hay algo realmente importante en esto que nos atañe, intentar generalizar y definir los nuevos medios como algo pasajero o compararlo con manidos debates entre el teatro y el cine o entre el libro en papel y el electrónico, simplemente son pobres argumentos para justificar una falta de ingenio, una inadaptación a las nuevas corrientes, una incongruencia al hablar de vanguardia como paradigma y no respetarla, e incluso son una rabieta infantil que demuestra el miedo a perder el estatus merecidamente conseguido.
En el 2.0 nadie es más que nadie, todos somos iguales. No hay gurús, no hay sentadores de cátedra, no hay predicadores banales que busquen adeptos para sus sectas gastronómicas. No, aunque lo parezca, no hay nada de eso. Solo hay simples personas que quieren expresar y contar sus sensaciones. Personas que quieren compartir, que quieren opinar, que quieren ayudar, otros que quieren destruir, que quieren generar polémica, que son ignorantes y atrevidos sin medir las consecuencias. Pero son solo eso, personas y palabras. Y ante ello para mí solo cabe una máxima que es la que me ha guiado en estos años de contador de historias: la opinión, la crítica, el comentario o la falacia empiezan y terminan en la inteligencia o en la ignorancia del lector. Todo es para él. Reflexionemos.